Durante los primeros 280 años de la historia cristiana, la cristiandad fue prohibida por el imperio romano, y los cristianos fueron terriblemente perseguidos. Esto cambió después de la “conversión” del emperador romano Constantino. Constantino “legalizó” el cristianismo en el Edicto de Milán en el año 313. Después en el 325 d.C. Constantino convocó al Concilio de Nicea en un intento por unificar la cristiandad. Constantino visualizó el cristianismo como una religión que pudiera unir al Imperio Romano, el cual en ese tiempo comenzaba a fragmentarse y dividirse. Mientras esto hubiera parecido ser un desarrollo positivo para la iglesia cristiana, el resultado fue todo menos positivo. Al igual que Constantino se negó a adoptar de lleno la fe cristiana, sino que continuó con muchas de sus creencias y prácticas paganas; así también la iglesia cristiana que Constantino promovió era una mezcla del verdadero cristianismo con el paganismo romano.
Seguramente, Constantino sea más conocido por ser el primer emperador romano que autorizó el culto cristiano. Los historiadores cristianos desde Lactancio se decantan por un Constantino que adopta el cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano. Su reinado llegó a ser un momento crucial en la historia de la Iglesia, llegándosele a llamar, por su importancia el "decimotercer apóstol". A pesar de ello, Constantino no fue bautizado hasta hallarse en su lecho de muerte.
Política religiosa
Su relación con el cristianismo fue difícil, ya que fue educado en la adoración del Dios Sol (Sol Invictus), cuyo símbolo portaba y cuyo culto estaba asociado oficialmente al del emperador.3Su conversión, de acuerdo con las fuentes oficiales cristianas[cita requerida], fue el resultado inmediato de un presagio antes de su victoria en la batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312. Tras esta visión, Constantino instituyó un nuevo estandarte para marchar a la batalla al que llamaría Lábaro. La visión de Constantino se produjo en dos partes: En primer lugar, mientras marchaba con sus soldados vio la forma de una cruz frente al Sol. Tras esto, tuvo un sueño en el que se le ordenaba poner un nuevo símbolo en su estandarte, ya que vio una cruz con la inscripción «In hoc signo vinces» («Con este signo vencerás»). Mandándolo pintar de inmediato en los escudos de su ejército, venció a Majencio. Se dice que tras estas visiones y por el resultado militar de la batalla del Puente Milvio, Constantino se convirtió de inmediato al cristianismo.
Se piensa que la influencia de su familia fue en parte la causa de su adopción del cristianismo. Se dice de su madre Elena, que probablemente naciera en una familia cristiana, aunque no se sabe prácticamente nada de su entorno, exceptuando que su madre era hija de un mesonero y que su padre fue un exitoso soldado, una carrera que excluía la práctica abierta del cristianismo pues el culto contemporáneo de los soldados era el mitraísmo (adoración de Mitra). Se sabe sin embargo que Elena realizó en sus últimos años numerosas peregrinaciones. (Véase: Fiesta de las Cruces.)
Poco después de la batalla del Puente Milvio, Constantino entregó al papa Silvestre I un palacio romano que había pertenecido a Diocleciano y anteriormente a la familia patricia de los Plaucios Lateranos, con el encargo de construir una basílica de culto cristiano. El nuevo edificio se construyó sobre los cuarteles de la guardia pretoriana de Majencio, los Equites singulares, convirtiéndose en sede catedralicia bajo la advocación del Salvador, substituida ésta más tarde por la de San Juan. Actualmente se la conoce como Basílica de San Juan de Letrán. En 324 el emperador hizo construir otra basílica en Roma, en el lugar donde según la tradición cristiana martirizaron a San Pedro: la colina del Vaticano, que actualmente acoge a la Basílica de San Pedro. En el 326, apoyó financieramente la construcción de la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén.
En febrero del año 313, y probablemente aconsejado por el obispo de Córdoba Osio, Constantino se reunió con Licinio en Milán, donde promulgaron el Edicto de Milán, declarando que se permitiese a los cristianos seguir la fe de su elección. Con ello, se retiraron las sanciones por profesar el cristianismo, bajo las cuales, muchos habían sido martirizados como consecuencia de las persecuciones a los cristianos y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. El edicto no sólo protegió de la persecución religiosa a los cristianos, sino que sirvió también para las demás religiones, permitiendo que cualquier persona pudiese adorar a la divinidad que eligiese. Un edicto similar ya se había emitido en el año 311 por Galerio, entonces emperador, primero entre sus iguales, de la tetrarquía. El edicto de Galerio concedía a los cristianos el derecho a practicar su religión, pero no a recuperar los bienes confiscados.4 El Edicto de Milán incluía varias cláusulas que establecían que todas las iglesias confiscadas durante la persecución de Diocleciano, serían devueltas, así como otras disposiciones sobre los anteriormente perseguidos cristianos.
Tras el edicto se abrieron nuevas vías de expansión para los cristianos, incluyendo el derecho a competir con los paganos en el tradicional cursus honorum para las altas magistraturas del gobierno, otorgando privilegios al clero (exención, por ejemplo, de ciertos impuestos), así como también ganaron una mayor aceptación dentro de la sociedad civil en general. Se permitió la construcción de nuevas iglesias y los líderes cristianos alcanzaron una mayor importancia (como ejemplo de ello, los obispos cristianos adoptaron unas posturas agresivas en temas públicos que nunca antes se habían visto en otras religiones).
Por otra parte, Constantino retendría el título de pontifex maximus hasta su muerte, un título que los emperadores romanos llevaban como cabezas visibles del sacerdocio pagano. Según los escritores cristianos, Constantino se declararía finalmente, a sí mismo, cristiano cuando tenía más de cuarenta años, escribiendo a los cristianos para dejarles claro que creía que debía su éxito a la protección del Dios cristiano.5
Constantino tampoco patrocinaría únicamente al cristianismo. Después de obtener la victoria en la Batalla del Puente Milvio (312), mandó erigir un arco triunfal, el Arco de Constantino, construido en el 315 para celebrarlo. El arco que está decorado con imágenes de la Victoria con trofeos y sacrificios a dioses como Apolo, Diana, y Hércules, no contiene ningún simbolismo cristiano.
En el 321, Constantino dio instrucciones para que los cristianos y los no cristianos debieran estar unidos en la observación del "venerable día del sol", que hacía referencia a la esotérica adoración oriental al sol, que Aureliano había ayudado a introducir. Las monedas todavía llevarían los símbolos de culto al sol (Sol Invictus) hasta el 324. Incluso después de que los dioses paganos hubiesen desaparecido de las monedas, los símbolos cristianos aparecían sólo como atributos personales de Constantino: Ji y Ro entre sus manos o en su lábaro, pero nunca en la propia moneda.6 Incluso cuando Constantino dedicó la nueva capital de Constantinopla , que se convertiría en la sede de la cristiandad bizantina durante un milenio, lo hizo usando la diadema de rayos de sol de Apolo.
Constantino, siguiendo una extendida costumbre, no fue bautizado hasta cerca de su muerte en 337, cuando su elección recayó sobre el obispo arriano Eusebio de Nicomedia, quien a pesar de ser aliado de Arrio, aún era el obispo de la región. Eusebio era también amigo íntimo de la hermana de Constantino, lo que probablemente asegurara su vuelta desde el exilio.
Aunque el cristianismo no se convertiría en religión oficial del Imperio hasta el final de aquel siglo (un paso que daría Teodosio en el 380 con el Edicto de Tesalónica), Constantino dio un gran poder a los cristianos, una buena posición social y económica a su organización, concedió privilegios e hizo importantes donaciones a la Iglesia, apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos como colaboradores personales.
Como resultado de todo esto, las controversias de la Iglesia, que habían existido entre los cristianos desde mediados del siglo II, eran ahora aventadas en público, y frecuentemente de una forma violenta. Constantino consideraba que era su deber como emperador, designado por Dios para ello, calmar los desórdenes religiosos, y por ello convocó el Primer Concilio de Nicea (20 de mayo al 25 de julio de 325) para terminar con algunos de los problemas doctrinales que infectaban la Iglesia de los primeros siglos, especialmente el arrianismo. Los historiadores señalan que la principal preocupación era la unidad del Imperio, la cual se podría ver resquebrajada debido a estas divergencias en la iglesia primitiva. Muchos consideran que Constantino «creó» la Iglesia Católica, e impulsó la doctrina de la Santísima Trinidad presionando a los obispos reunidos en el Concilio. Los defensores de la Iglesia Católica sostienen que las bases de la doctrina ya estaban en la iglesia primitiva unos 200 años de Constantino, como el nombre «católico», lo cual es cierto, el término «católico» proviene del griego καθολικός (katholikós), que significa 'universal'. Ignacio de Antioquía da en el año 110 el testimonio más antiguo de este nombre: «Donde esté el obispo, esté la muchedumbre, así como donde esté Jesucristo esté la Iglesia Católica» (Carta a los Esmirniotas 8:2). En los tres primeros siglos de la Iglesia los cristianos decían «Cristiano es mi nombre, católico mi sobrenombre».[cita requerida] Posteriormente se usó el término «católico», para distinguirse de otros grupos cristianos cuyas doctrinas diferían de la línea principal (como los gnósticos).
La veneración a María, las imágenes, la Trinidad, la naturaleza de Cristo, y otras creencias que serían dogmáticas luego, se formaron durante las discusiones de carácter teológico en el consejo de Nicea. Lo cierto es que, por el análisis de las cartas escritas por Constantino, se evidencia una gran carencia de formación teológica, y los estudiosos descartan la posibilidad de que él pudiese haber influido en la doctrina de la Iglesia debido justamente a este desconocimiento en teología. Muchos se preguntan por qué el papa Silvestre I no asistió a dicho concilio, quien era el más indicado para presidirlo.7 Por esto algunos creen que Constantino establecía una nueva religión, con una mezcla de elementos paganos y cristianos, la Iglesia Católica.8 De todos modos, él inauguró el concilio vestido imponentemente, dio un discurso inicial ataviado con telas y accesorios de oro, para demostrar justamente el poderío del Imperio por un lado, y el apoyo e interés al concilio desde el estado, por el otro. El estado proveyó de comida y alojamiento, e incluso de transporte, a los obispos que convergieron a Nicea para el concilio. Por otro lado, si bien habían existido concilios antes que el de Nicea, éste fue el primer Concilio Ecuménico (universal), con la participación de alrededor de 300 obispos (la mayoría de habla griega), lo cual representó una minoría ya que en todo el territorio del Imperio había cerca de 1000 obispos.9 La importancia del mismo reside en la formulación del Credo Niceno (redactado en griego, no en latín) que esencialmente permanece inalterado en su mensaje 1700 años después, y en establecer la idea de la relación estado-iglesia que permitiría la expansión del cristianismo con una vitalidad inédita.
En sus últimos años de vida también ejerció como predicador, dando sus propios sermones en el palacio ante su corte y los invitados del pueblo. Sus sermones pregonaban al principio la armonía, aunque gradualmente se volvieron más intransigentes hacia los viejos modos paganos. Las razones para este cambio de postura son meras conjeturas. Sin embargo, aun al final de su vida siguió permitiendo que los paganos recibieran nombramientos públicos. Ejerciendo su poder absoluto, hizo recitar al ejército sus pregones en latín en un intento de convertir a la clase militar al cristianismo, cosa que no consiguió. Comenzó un extenso programa de construcción de iglesias en Tierra Santa, lo que expandió de forma crucial la fe cristiana y permitió un considerable incremento del poder y la influencia del clero.
Constantino descubrió que con la gran extensión del Imperio Romano, tan diverso y expansivo, no todos accederían a renunciar a sus creencias religiosas y abrazar el cristianismo en su lugar. Así que Constantino permitió, y aún promovió la “cristianización” de la creencias paganas. Y así, creencias completamente paganas y totalmente antibíblicas le dieron nuevas identidades al “cristianismo” Algunos claros ejemplos de ello son los siguientes:
(1) El Culto a Isis, una religión de la madre-diosa egipcia, fue absorbida dentro del cristianismo, reemplazando a Isis con María. Muchos de los títulos que fueron usados por Isis, tales como “Reina del cielo”, “Madre de Dios”, y “theotokos” (quien dio vida a Dios) fueron adjudicados a María. Se le concedió a María un exaltado papel en la fe cristiana, mucho más allá de lo que la Biblia describe de ella, para atraer a los adoradores de Isis a la fe, que de otro modo no hubieran adoptado. Las primeras claras señales de la Mariología católica ocurrieron en los escritos de Origen, quien vivió en Alejandría, Egipto, el cual resultaba ser el punto focal de la adoración a Isis.
(2) El Mitraísmo era una religión en el Imperio Romano del I hasta el V siglo d.C. Era muy popular entre los romanos, especialmente entre los soldados romanos, y posiblemente fue la religión de muchos emperadores romanos. Mientras que nunca se le concedió un estatus “oficial” al Mitraísmo en el Imperio Romano fue de hecho la religión oficial, hasta que Constantino y los siguientes emperadores romanos reemplazaron el Mitraísmo con el Cristianismo. Una de las características claves del Mitraísmo era una comida de sacrificio, la cual consistía en comer la carne y beber la sangre de un toro. Mitras, el dios del Mitraísmo, estaba “presente” en la carne y la sangre del toro, y cuando eran consumidas, se otorgaba la salvación a aquellos que tomaban parte en la comida del sacrificio. (teofagia, la práctica de comer el cuerpo de un dios). El Mitraísmo también tenía siete “sacramentos”, haciendo que las similitudes entre el Mitraísmo y el catolicismo Romano sean demasiadas para ser ignoradas. Constantino y sus sucesores fundaron un fácil substituto de la comida sacrificial del Mitraísmo en el concepto de la Cena del Señor / La Comunión Católica. Tristemente, algunos de los primeros cristianos comenzaron a añadir el misticismo a la Cena del Señor, rechazando el concepto bíblico de un simple acto de adoración y recordatorio de la muerte y derramamiento de sangre de Cristo. La romanización de la Cena del Señor hizo la transición a una consumación del sacrificio de Jesucristo, conocido ahora como la Misa Católica / la Eucaristía.
(3) La mayoría de los emperadores romanos (y ciudadanos) eran enotistas. Un enotista es alguien que cree en la existencia de muchos dioses, pero que tiene un enfoque primario en un dios en particular, o considera a un dios en particular como supremo sobre los otros dioses. Por ejemplo, el dios romano Júpiter, era supremo sobre el “panteón” (la totalidad de los dioses) romano. Los marinos romanos con frecuencia eran adoradores de Neptuno, el dios de los océanos. Cuando la Iglesia Católica absorbió el paganismo romano, simplemente reemplazó el “panteón” de dioses con los santos. Así como el panteón de dioses romanos tenía un dios del amor, un dios de la paz, un dios de la guerra, un dios de la fuerza, un dios de la sabiduría, etc., la Iglesia Católica tiene un santo que “está a cargo” de cada una de estas características, y existen muchas otras categorías. Igualmente, así como muchas ciudades romanas tenían un dios específico para la ciudad, también la Iglesia católica provee sus “santos patrones” para las ciudades.
(4) La supremacía del obispo romano (el papado), fue creado con la ayuda de los emperadores romanos. Siendo la ciudad de Roma el centro de gobierno del imperio romano, y con los emperadores romanos viviendo en Roma, la ciudad de Roma se levantó como preeminencia en todas la facetas de la vida. Constantino, y sus sucesores, dieron su apoyo al obispo de Roma como el supremo gobernante de la iglesia. Desde luego, era mejor para la unidad del imperio romano, que el gobernante y la sede de la religión se encontraran centrados en el mismo lugar. Mientras que muchos otros obispos (y cristianos) se resistieron a la idea de que hubiera un obispo romano supremo, eventualmente el obispo romano se elevó a la supremacía, a través del poder y la influencia de los emperadores romanos. Cuando el imperio romano se colapsó, los papas tomaron el título que previamente había pertenecido a los emperadores romanos – “Pontificus Maximus”.
Se pueden dar muchos otros ejemplos, pero estos cuatro pueden ser suficientes para demostrar el verdadero origen de la Iglesia Católica. Desde luego, la Iglesia Católica Romana niega el origen pagano de sus creencias y prácticas. La Iglesia Católica disfraza sus creencias paganas bajo capas de complicada teología. La Iglesia Católica excusa y niega su origen pagano tras la máscara de la “tradición eclesiástica”. Reconociendo que muchas de sus creencias y prácticas son totalmente ajenas a la Biblia; la Iglesia Católica está forzada a negar la autoridad y suficiencia de las Sagradas Escrituras.
El origen de la Iglesia Católica es el trágico compromiso del cristianismo con las religiones paganas que la rodeaban. En vez de proclamar el Evangelio y convertir a los paganos, la Iglesia Católica “cristianizó” las religiones paganas, y “paganizó” el cristianismo. Al mezclar las diferencias y borrar las características distintivas, si, la Iglesia Católica se hizo a sí misma atractiva a la gente del imperio romano. Uno de los resultados fue que la Iglesia Católica se convirtiera en la religión suprema en el “mundo romano” durante siglos. Sin embargo, otro resultado fue la más dominante forma de apostasía del cristianismo del verdadero Evangelio de Jesucristo y la verdadera proclamación de la Palabra de Dios.
2 Timoteo 4:3-4 declara, “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.”
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